MUJERES EN LA OBRA DE ANTONIO MINGOTE
COMO
TODAS LAS MAÑANAS
(Disparate póstumo en un prólogo algo
elogioso, un acto bastante erótico y un epílogo ciertamente entrañable)
El 1 de octubre de 1982, el célebre
concurso televisivo Un,
dos, tres… estuvo dedicado a Antonio Mingote. Con
decorados hechos a partir de sus dibujos y mostrados por unas azafatas que
parecían haber sido dibujadas también por él, el plató del programa se
convirtió por una noche en un delicioso universo Mingote. Ahora que el
humorista ha muerto, resulta tiernamente tentadora la idea de imaginárselo en
un paraíso confeccionado igualmente a partir de dibujos suyos por la celestial
plumilla de alguna divinidad, epígono sin duda del maestro. Un cielo lleno de
globos que brotaran del suelo con tan desconcertante facilidad como lo hacen en
sus viñetas, y personajes entre festivos y melancólicos que entretendrían la
eternidad haciendo molinillos de papel, pintándose besos en la cara o pidiendo
formalidad disfrazados, lógicamente, de payasos.
En ese onírico edén, locus amoenus de tinta con toques de grafito y aguada, estaría
prohibido pisar la hierba sólo para que sus moradores, en cumplimiento de tan
oportuna restricción, pudieran lanzarse a volar flemáticos y vaporosos para
culminar por el aire sus paseos mañaneros. Sería un edén a medida lleno de
suicidas decadentes, capaces de colgarse incluso de un platillo volador, y
escaleras imposibles en las que hasta el mismísimo Escher se perdería con gusto
por ir seguramente tomando notas para mejorar sus propios grabados.
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